Parecía que allí nunca había llegado el invierno, extrañamente hacía una temperatura agradable. Todo lo contrario al exterior de las ruinas a pocos metros de allí, el frío parecía cuchillas que cortaban la cara.
Rásselas dio unos paso y pisó la fina hierba que parecía un manto de terciopelo verde hasta llegar a la entrada de un laberinto de setos. Este entramado de pasillo solo contaba con una entrada posible, y había miles de salidas, todas irían a parar a algún sitio extraordinario de la galaxia. Si nuestro amigo erraba, podía acabar muy lejos de allí sin posibilidad de retorno, sin nave y sin pedir su deseo al Pozo de Arán que tanto esfuerzo le había costado llegar hasta él.
Entró dentro del laberinto y comenzó a andar por los sinuosos pasillos. Izquierda, derecha, un giro, media vuelta, una pared sin salida. Se aturdía con tanto cambio, no sabía como alcanzar el centro donde estaba su meta.
Pronto la noche se hizo sobre él haciendo aun más difícil su búsqueda, ya que no podía ver donde había puertas o huecos que le condujera a nuevos pasillo. Así que anduvo con ambas manos rozando las paredes de setos, y cada vez que notaba una posible intersección, decidía si tomarla o no.
Pronto llegó hasta una puerta abierta, formada por un arco de medio punto en marfil perfectamente tallado y a través de ella pudo ver iluminado por un resplandor sobrenatural y extraordinario el Pozo de Arán. Por fin había llegado y se apresuró a entrar. Pero antes de cruzar el dintel de la puerta tuvo una visión, o una sensación
demasiado perfecto, demasiado fácil. Si algo había aprendido en todo su periplo, es que nada es gratuito, todo viene a consecuencia de algo. Y este algo, lo daba mala espina.
Decidió darse la vuelta y continuar como había seguido hasta entonces. En ese momento la visión cambió y en vez del pozo pudo ver al otro lado un paisaje de algún planeta inhóspito.
Poco a poco, perezosamente, iba saliendo el sol. Los rayos rebotaban en las botas de rocío que quedaban en lo alto de los setos descomponiéndolos en un arco iris de color.
No estaba consiguiendo nada, podría pasar así toda su vida
hasta que recordó una frase, un consejo sabio aprendido en su eterno caminar
Lo esencial es invisible a los ojos.
Así que nuestro amigo cerró los ojos y caminó por un largo pasillo. Al llegar al final, no giró a la derecha ni a la izquierda
justo antes de chocarse contra el muro de setos, estos comenzaron a retirarse dejando un pasadizo, y otro y otro
así sucesivamente en todas las paredes que se oponían a su paso. Justo cuando el astro rey salió completamente de su cuna de agua, pudo abrirlos y contemplar maravillado el Pozo de Arán.
fin de la transmisión diaria.
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Posted by eolovano at 10 de Enero 2007 a las 10:00 PM