Se agarraba febrilmente al timón de la nave, intentando dirigirla hacia un sistema cercano, hacia algún punto de civilización donde pudiera encontrar una mano que le ayudase.
El hada de las palabras quedaba muy lejos, y el tiempo no transcurría a favor de nuestro amigo. Este se desangraba en dudas.
Las fuerzas poco apoco abandonaban su cuerpo y el se notaba desfallecer con cada débil latido. No quería caer, perder el control, pero todo indicaba que así, tarde o temprano lo perdería. Sus ojos se les cerraron, notando una gran paz, un embriagador e irresistible sueño.
Poco a poco volvió a abrir los ojos. Unas luces ondulantes le cegaron su aun turbia mirada. No comprendía, estaba acostado en una cómoda cama, arropado cálidamente por sábanas de algodón y una colcha muy esponjosa.
¿Dónde estaba? Se preguntó, porque aun no podía articular palabra alguna, la vista la iba recuperando poco a poco.
Oyó una voz, una voz fémina que cantaba una canción, una nana:
"¿Señora Santa Ana:
por quién llora el niño?
Por una manzana,
que se le ha perdido.
La cuatro esquinitas
que tienen su lecho
son cuatro angelitos,
que velan su sueño.
Ea, ea, ea,
ea, era, ya.
Ea, ea, ea,
ea, ea, yaaaaaaaaaa......"
Era la misma canción que le cantaba su abuela, era la misma canción que cantó él a las Ballenitas Comedoras de Nebulosas. Cuando se apagó la voz, vio aparecer por el dintel de una pequeña puerta, una simpática mujer con el siglo a la espalda. Entre las arrugas de su cara podía notarse el esbozo de una sonrisa, y en sus ojos, el brillo de la alegría.
fin de la transmisión diaria.