Pasaban los días con tedio y desdén, no le importaba anda. Pensaba en el acontecimiento pasado con el hada y sintió que tal vez tuvo razón en espíritu del Pozo de Arán cuando le dijo que tenia que deshacerse de los botones. Él en su momento no lo hizo y ahora le costaba aun más desprenderse de ellos. Era fácil, solo tenía que tirar del cordel y lanzarlos al mar. Pero ese simple gesto le parecía un imposible.
Los botones le proporcionaban una seguridad ardua de rechazar.
El tiempo estaba detenido transformando al aire en una densidad superior a la de la gelatina. Hacía mucha más calor de lo normal por esas fechas y latitudes trasformando su balsa salvavidas en una sartén al fuego. Su accidentado viaje era aun más penoso.
Menos mal que le relajaba ese canto que provenía del fondo del mar. Se había acostumbrado a él y le tranquilizaba, casi era hipnótico.
Una tarde, el cielo se oscureció antes de tiempo. La brisa a pareció de repente trayendo tras de si un soplo furioso que embravecía al mar. Las olas eran montañas, columnas que se partían y descargaban todo su peso sobre la pequeña embarcación.
Rásselas se asía con fuerza a dos cabos e intentó atarse el pecho para asegurarse no caer al mar y ahogarse. Era terrible el sonido de los rayos al descender del cielo cortando el aire y destruyendo el agua a centenares de metros bajo la superficie al impactar como clavos ardiendo sobre esta.
El cielo atronador se partía en millares de fragmentos y las olas de los destinos zarandeaban a nuestro amigo de un lado a otro. Él no tenía posesión ni dominio de a donde ir.
Una ola, gigante como pocas impactó en la balsa haciéndola saltar por los aires. Las cuerdas se partieron y Rásselas cayó al mar.
Nadó todo lo que pudo, nado con todas sus fuerzas, pero las olas de los destinos eran muchas y seguidas. El no tenía tantas fuerzas.
Recordó entonces que un día quiso tener un faro que le guiase y un puerto que le protegiese. Y pensando en esto una de esas olas trazó un pequeño destino para él. Lo elevó y deslizó como en una rampa hasta una enorme roca.
Allí agarrado a ella, esperó a que pasase la marea escuchando el cántico más cerca que nunca.
fin de la transmisión diaria.
Posted by eolovano at 2 de Marzo 2007 a las 02:57 PM
Vaya, me dejas en ascuas. Qué cambio ¿y ahora qué?. Mientras que esté bien, descansando en esa roca... Esperaré a la siguiente historia.