Cuanto tiempo ha pasado desde que nuestro amigo Rásselas perdiera el conocimiento en el mar y las corrientes lo depositaran en la orilla de esa cala.
Parecen años, centurias, edades geológicas, pues es tan distinta la visión de nuestro explorador después de su despertar en la playa, que parece todo distinto.
Continuaba aun en la costa, cerca de los jardines del planeta de Hesperia. Su intención era volver a la Nave de los Sueños, pero para ello debí salvar una cordillera, una cordillera Alpina.
Calor, sudor, dolor de músculos para poder llegar a una cresta a 2.400 metros de altitud. Allí una tormenta le obligó a cambiar su ruta y buscar refugio.
Al bajar de las montañas y llegar a la boscosa llanura, visitó distintas ciudades renacentistas, con hermosos jardines y finas estatuas capaces de emular a la perfección las formas humanas, casi el alma también.
Sin duda Rásselas se encontraba en el paraíso, en Hesperia, no podía ser otro lado, la paz se ensanchaba el pecho, se sentía feliz, etéreo. Enormes banquetes en la noche, a la orilla de un lago, iluminados por el fuego. Decenas de criaturas extrañas provenientes de todos los rincones del jardín bailan al son de músicas híbridas y extrañas.
Pero todo tiene su tiempo, todo debe terminar, si un día comenzó. Así es la historia, composición de pequeñas tramas que conforman nuestra vida, hasta alcanzar la eternidad, la permanencia. Y al menos, en nuestra memoria, podemos recrear una y mil veces los acontecimientos evitando así que terminen con un punto y final.
Las historias, siempre pueden continuar rumiándolas en la memoria, en los sueños.
Por fin llegado el día, alcanzó otra vez la Nave de los Sueños. Otra vez Rásselas se tenía que poner en marcha en su eterno viaje de sueños e ilusiones. Y fue cuando la vida le sorprendió por la espalda.
Un giro imprevisto, y todo cambió.
fin de la transmisión diaria.
Posted by eolovano at 21 de Agosto 2006 a las 03:57 PM