Historias Logarítmicas

Tarde amarilla.

Ayer el corazón acelerado se me salía del pecho.
La estación orbital de Ilicitania parecía un avispero de folios volantes, bolígrafos perdidos, llamadas telefónicas, faxes rotos... y en medio de este caos, de esta locura, lo peor es el tiempo. Menguado hasta casi desaparecer, tuve que correr mucho para llegar a darle alcance.
Hacía mucho tiempo que no me dolía físicamente el pecho la última vez fue la noche del 30 de julio del 2.004.
Pero esta vez era por causas distintas, era por estrés asfixiante. Mi cuerpo bañado en sudor, notaba como las gotas frías se deslizaban por mi frente, por mi nuca y columna.
No pies me temblaban y no podía aguantar tanta presión.

Por fin me pude escapar, cuando el sol caía ya sobre la superficie del planeta Murica-murcindäe.
Fue cuando los relojes de detuvieron. Cené verdura y un yogur blanco. Descalzo anduve por el porche hasta una tumbona azul, fue allí cuando lo pude observar.
Sí, Mercurio se alzaba tímido en un cielo aun iluminado por el oculto sol.
Me pasé un buen rato mirándolo, tomé mi libro y leí hasta la hora de dormir.

Ayer no existió el tiempo para mi, ni la televisión, ni los relámpagos, ni las campanas.... ayer no se quedaron los lápices sin punta, ni los bolígrafos sin tinta... ayer el silencio de las sirenas sonaba por todas partes como un suspiro en la madrugada.
Ayer hico calor.
Pero yo no me asfixié.

...fin de la transmisión diaria.