Me rindo ante las palabras del eterno maestro.
Por más que quiera expresar, no puedo describir nada igual.
Pongo en mis labios lo que un día Neruda escribió.
Amo el trozo de tierra que tú eres,
porque de las praderas planetarias
otra estrella no tengo. Tú repites
la multiplicación del universo.
Tus anchos ojos son la luz que tengo
de las constelaciones derrotadas,
tu piel palpita como los caminos
que recorre en la lluvia el meteoro.
De tanta luna fueron para mí tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra
tu corazón quemado por largos rayos rojos,
y así recorro el fuego de tu forma besándote,
pequeña y planetaria, paloma y geografía.
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Un día sensacional, y un final del día mucho mejor.
Noto que la primavera se acerca galopando por el Oeste. Cada tarde, el día araña minutos de luz del invierno pálido. Desnaturalizado de emociones, de sentidos, frío de sentimientos.
Ya noto el pálpito de la tierra, las semillas se retuercen enterradas lanzando sus lánguidos brazos al sol, buscando el éxtasis de la floración.
Presiento, que es el olor de Perséfone lo que inunda todo. El monte, el campo, el barrio, el edificio. Entra clandestina por el resquicio de la ventana y se adueña de mis sueños.
E impregnado de ese aroma, nado yo en un océano de sueños infinito.
Perséfone.
Fin de la transmisión diaria.