Entré de lleno en la Ciudad de los Prodigios. A cada paso, me sorprendía aun más las sucesivas visiones que bombardeaban mis corneas con la velocidad de un celuloide a través de un proyector.
Miles de lámparas encendidas, millones, miles de millones de multitud de colores creaban una jungla luminiscente, un país de luciérnagas.
Caminaba, sin perder la vista en nada, manteniendo la atención a cada detalle, sobre todo en sus transeúntes. Tenía la sensación de no estar allí, mi mundo era otro, uno distinto al que ellos no podían acceder: mi mundo interior situado entre el espacio que ocupan dos auriculares y un mp3.
Mi periplo iba acompañado de una banda sonora que ensalzaba aun más mis emociones. Han evolucionado tanto desde el Jardín de Hespérides ya no soy el mismo, pero desde el Valle de las Montañas de la Incertidumbre, mi encuentro con las Grayas
Siento que mis sentimientos están tensos como las cuerdas de una guitarra. Vibra a una velocidad vertiginosa y senoide entre lo racional y lo emocional, produciendo a veces acordes melódicos que me hacen sentir bien, otras tantas casi la mayoría de las veces, sonidos discordes que me desorientan y confunden.
Me tiemblan las manos, las tengo frías, gélidas.
Ya no me muerdo las uñas porque de nada vale.
Si tuviese una oportunidad, una señal de interés La eterna paradoja se avecina con el estruendo de la tormenta en la lejanía.
Lo noto.
Tengo la sensación de nadar sin moverme, de invertir todos mis esfuerzos, energías, en batir el agua, sin avance alguno. Ahora la suma de fuerzas tiene un resultado equitativo. Pero todo es tan sutil me encuentro al borde de un torbellino marino, poco a poco me irá arrastrando de la superficie donde me encuentro, hasta la más absoluta oscuridad del fondo. Otro vórtice en mi vida, tengo que estar preparado, asirme bien fuerte.
En estas semanas, desde que me dieron los botones esos simpáticos duendes de arena estoy bien, podría decir que feliz. En muchas facetas de mi vida ha mejorado mi situación, en otras no. Y son precisamente esa inamovilidad en su evolución lo que arrastra al resto hacia esa noria logarítmica.
Sí, sin duda necesito una señal, un algo, un motivo, un disparo de nieve, una excusa para tirar todo por la borda y mover cielo y tierra.
Para saber que todo, todo por lo que estaría dispuesto a luchar, sin miedo a nada, a cambiarlo todo, a que mi mundo y mi universo girase en otros ejes, con otras coordenadas, a desaparecer todos mis meridianos y trazar otros mapas para saber que todo eso merece la pena.
Merece la pena por ti.
fin de la transmisión diaria.
Posted by eolovano at 8 de Diciembre 2006 a las 12:06 AM