Cuando abrí los ojos una gran oscuridad rodeaba todo. Sabía que los tenía abiertos, de par en par, como platos, pero ni un atisbo de luz fui capaz de observar.
El suelo estaba duro, era piedra por supuesto, y caliente. Olía fatal, a putrefacción avinagrada que me provocaba arcadas y continuos vómitos.
Gritos de dolor, cadenas y golpes metálicos procedían de todas partes, risas de personas las cuales hace tiempo perdieron la cordura como única vía de escape a tanta maldad y sufrimiento.
Las cadenas de mis tobillos y muñecas me hacían daño, las heridas no cicatrizaban nunca y se extendían por el cuerpo.
¿Que es el tiempo en esta situación? Donde basar mi referencia de minutos y segundos, si cada momento, cada instante era una carga insufrible de desesperación y desasosiego.
Estaba hecho un ovillo en una esquena, con la cabeza metida entre las desnudas rodillas y los brazos cruzados delante de los tobillos cuando escuche un ruido apenas perceptible entre tanto golpe. Era como si alguien o algo, raspara la pared que tenía junto a mi.
Era constante, un rig, rig, rig me imaginé a una oruga royendo la madera. ¿Pero como podía habitar un ser así esta inmundicia?
Por fin un agujero nació en la pared como en la superficie de una manzana dejando entrar un haz de luz. De él salió un extraño bichito de no más de un centímetro de altura. Cuanto más me fijaba, más conocida me parecía su forma, su especie.
Sin duda alguna se trataba de un bicho de los granos del café.
-Hola, buenas tardes.-Soltó sonriente.- ¿Sabrías decirme donde se encuentra la playa más próxima?
-No se decirte, no ves que estoy en el infierno.
-Bueno, seguro que no puede quedar muy lejos huelo el salitre y la poseidonia muy cerca.
-Vete, yo no te puedo ayudar.-Apenas le miré, oculté aun más mi cabeza entre las piernas.
-Bueno, en tal caso. Puede que yo si pueda hacer algo por ti.- Sacó de un gracioso zurrón una golosina. Parecía un caramelo. Me lo dio su se volvió a introducir en el agujero.
Miré el pequeño caramelo, tenía el tamaño de un grano de arroz. Ahora, gracias a la luz excavada por el bicho, podía leer su envoltura. caramelo sabor autoestima. Me resultó extravagante un sabor así, pero me lo comí y su dulzura me cautivó. Acostado en el suelo me dejaba llevar por la sinfonía de sabores que saturaban mi boca. Me hizo sentir más tranquilo, más seguro. Cuando quise darme cuenta, las cadenas se habían roto como si fueran de escayola.
fin de la transmisión diaria.