Como poder describir ese desasosiego, esa sensación que no puede dejar al corazón impertérrito.
No se, no me veo capaz de describirlo, de escribir frases ni conjugaciones verbales, cuando la palabra se queda chica.
Todo surge de una sensación oculta, obligada a extinguirse hace años, de una emoción fosilizada.
Me siento enérgico, incansable, capaz de agarrar los dos extremos del universo si me lo propongo. Ha sido toda una sorpresa, pues pensaba que mi clímax estuvo en los 25 pero estos 28, estos pocos meses que llevo ¿De donde puedo estar sacando esta incombustible energía? ¿Será porque realmente estoy disfrutando?
Este sábado no podía controlar esta sensación de ir a caballo, como la canción de Silvio. Porque por más enérgico que me sienta, soy vulnerable ante algo. Ante un dardo, una enfermedad mortal, un virus inoculado cada minuto que hemos pasado juntos que ha mermado mi salud, mi psique.
Por eso, después de cenar, cogí mi mochila y me escape en la noche furtiva a lo más alto de Cabo Cope. Necesitaba estar solo, a solas conmigo mismo, con Dios. Porque me siento tan pequeño, tan débil ante esta situación que necesito saber que al menos hay algo mucho mayor que yo que puede estar a mi lado. Por muy angustiosa que sea la situación.
La noche de metacrilato me permitió subir sin dificultad a al cabo con forma de dragón durmiente. Todo estaba bañado con plata, parecía que había dejado el mundo de los mortales para introducirme en uno ilusorio.
Tal vez pasó así, tal pez, cada paso, a cada latido del corazón mientras ascendía por la empinada ladera
iba adentrándome en un lugar mágico.
Me quedé allí tirado sobre las rocas de caltita, recuperando el aliento y observando una luna como el casco de Don Quijote.
Pensé, pensé como suelo hacerlo, demasiado tiempo. Y después escribí desangrando la tinta del bolígrafo sobre mi libreta naranja.
Hasta que los ojos pesadamente me decían que había llegado la hora de abandonar mi cuerpo e introducirme por completo en el mundo de los sueños.
En introduje en el saco, y allí, al raso, en lo alto de Cope, me quedé dormido.
Pero no sin el temor de pensar he sido capaz de subir de noche a lo más alto de la costa aguileña, las montañas se me quedan pequeñas. Si fuera tan fácil encontrar una fórmula de desahogo para soltar este nudo en la garganta.
Aun así, por paradójico que parezca, estoy feliz. Las endorfinas que segrega mi hipotálamo hacen su trabajo.
Cuando todo ha pasado, me di cuenta que me encuentro sobre la flecha de la constelación Sagitario, y que cuando quiera darme cuenta, saldré disparado.
En breve, otro largo viaje comenzaré, otro periplo por el universo incesante, por este vacío corazón que me ahoga. Por este eco rutilante en mi memoria.
Un incipiente temor esta naciendo en mi, un terror a una simple palabra, aun temido adverbio.
Y cuando pase todo esto ¿qué? ¿Qué vendrá después?
fin de la transmisión diaria.
Posted by eolovano at 14 de Marzo 2006 a las 05:57 PM