Ayer en mi planeta refugio, si ese que cuenta con un puerto que me protege y un faro que me guía, hizo calor por la mañana.
Me fui solo a explorar un monte en la frontera con el reino andalusí. La mañana fue luminosa, primaveral
la brisa marinera acariciaba mi cara al ascender a lo alto de la montaña y contemplar solamente la costa y el mar.
Temerariamente anduve por el fino del acantilado hasta no poder continuar más, hasta que le vacío y las rompientes me lo impidieron. Y me quedé allí, en la punta de lanza de la montaña. Allí sentado, observando la siempre cambiante mar.
Siempre tu, alejada y marina. Alga y coral.
El agua de esmeralda jugueteaba con las gaviotas
y yo deseaba hablar a Itara
pero aun es prematuro, llegar a la diosa marinera oculta en los sueños.
La tarde fue lluviosa, pero bella. En Calardandindäe nos rodeaba el color plomo, pero en los alto de las montañas de la sierra de Almenara, el amarillo resaltaba cautivando los corazones en un atardecer Tolkiniano.
Un día de postales y fotografías un día de otoño.
fin de la transmisión diaria.