25 de Julio 2008

Querida Ariadna. I

Hace un año.

Londres 7 de septiembre de 1.940

Querida Ariadna:

Perdóname que use tu nombre en clave, no quiero comprometerte a ti en mis líos y persecuciones.

Hace un año que llevo huyendo de un régimen que no deja vivir. Pensaba que Londres me proporcionaría la libertad que en España nos habían arrebatado.

Y es curioso, ahora corro más peligro aquí, que en ningún otro lugar.

En infinidad de ocasiones, he intentado ponerme otra vez en contacto contigo, pero o bien las dificultades por las que he pasado me lo han impedido o simplemente tenía miedo. Miedo de ti, de tu reacción, de volver a hacerte daño. De volver a sufrir.

Esta noche es diferente. Presiento que esta noche será la más larga.

Al atardecer, cuando el sol se ocultó definitivamente, las sirenas antiaéreas despertaron propagando un alarmante mensaje de muerte.

Llevábamos meses esperándolo, los bombarderos no dejaron títere con cabeza en Canterbury y en los puertos del sur. Estaba claro que los alemanes atacarían el corazón del país. Su ciudadanía civil.

Las pesadillas de terror que viví en España me persiguen aquí también.

Querida Ariadna. En el exterior ya resuena la tormenta de pólvora. Ya caen los rayos a ras del suelo. Te mentiría si te dijera que no tengo miedo.

Si llegase en momento. Si esta noche la Muerte llamase a la puerta, si entrara dentro y con su guadaña me amenazase en el cuello reclamando mi alma. Si tuviera que abandonar precipitadamente este mundo, sin las maletas, sin despedidas ni abrazos. Si sólo pudiera llevarme conmigo una cosa al otro lado.

Te llevaría conmigo. Los recuerdos que guardo de ti.

Me llevaría el recuerdo de aquella playa en Santander cuando nos bañamos con el agua helada. Recrearía aquel beso que me distes con tus labios helados, de tu saliva salada en mi boca, de tu pecho enardecido por el frío en mis manos.

No me importaría morir, si morir es como sentir ese primer abrazo al final del paseo en la Plaza de los Alegres de Salamanca. Ese arropo, esa ternura, esa…

Ha sido duro este año en el exilio.

Quien me iba a decir que aquella vez en la estación de Salamanca, iba a ser la última vez que nos veríamos. Eran sobre las seis de la tarde, y allí estábamos, abrazados en un banco cualquiera mientras llegaba el tren que nos separaría para siempre. Tomabas un helado, y el beso que me distes supo aun más dulce, si eso es posible. Jamás he tomado golosina más sabrosa. Desde entonces, la comida me sabe toda insípida. Ya nada me sabe igual.

Y no me lo perdono, no me perdono dejarte escapar. Ese tren se me repite una y otra vez en mi cabeza, en mis pesadillas.

La última vez que te vi, fue a través de un grueso cristal. Tú me saludaste, yo te dije adiós.

Y el beso que te lancé al aire persiguió la estela del vagón.

Ya cae la lluvia de bombas sobre los débiles, sobre los indefensos. La historia se repite.

Mi mano tiembla al escribir estas palabras, como tiembla la titilante bombilla de cuarenta vatios. El suelo se estremece a cada impacto, a cada estallido, y dudo si será por la carga explosiva que se precipita sobre la superficie o es mi corazón que galopa en lo más hondo.

Es un caballo, un purasangre ávido de libertad.

Y es que siento que no la encontraré en ningún rincón de la faz de la Tierra, que ellos me persiguen y no tengo escapatoria.

Querida Ariadna, ya nos avisan. Pronto apagarán la luz y nos ocultarán a los ojos de los pilotos germanos.

Querida Ariadna, ojala que tengamos mañana un nuevo despertar.

Sin duda, estos días de oscuridad pasarán.

Aferrémonos pues a la esperanza.


Siempre tuyo.

Mateo.

...fin de la transmsión diaria.

Posted by eolovano at 25 de Julio 2008 a las 01:06 AM
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