La noche moría con un suspiro fresco que inundaba las calles vacías, invadía las exhaustas habitaciones zarandeando con pliegues y rizos las cortinas.
Un gato comía furtivamente las sobras caídas de un contenedor de basura rezumante de desperdicio, mientras un borracho rezagado se esforzaba por introducir unas llaves en el portar equivocado.
La ciudad se despereza con los primeros tañidos de las campanas, con su vibrante voz pregonaban ¡son las seis, son las seis!. Mientras, la explosión de un millón de aleteos surcaban los cielos matutinos.
Rásselas soñaba, quería algo más, un detalle, un designio. Por eso, si él no podía quedarse allí esperando a que el astro rey resucitara la ciudad junto a ella, lo haría al menos con su alma, con su sentimiento marcado por el trazo de un bolígrafo.
fin de la transmisión diaria.