Había una gran senda rocosa que nos conducía a krook y a mi hacia el interior de la catarata, a lo más profundo de la sima.
No pude ir a lomos del gran reptil, pues el terreno era muy abruto, estaba mojado y cubierto por una resbaladiza capa de moho. A cada paso, el sol quedaba distante, proviniendo la luz de la reflexión de los rayos a través de millones de gotas en suspensión en el aire.
La garganta, en su interior, se había convertido en una gran lámpara natural. Apenas había sombreas, porque la luz provenía de todas direcciones. Era como estar en el interior de un cubo de gelatina. O de una nube de cristales de azúcar.
Llegamos a lo más profundo, donde el río, mar, o lago el tamaño me impedía definirlo, se volvía remanso.
Los hongos despedían una fluorescencia a cada metro que nos alejábamos de la gran columna de agua y nos adentrábamos más y más en la oscuridad. Era como si se resistieran a las tinieblas. Tenían que fabricar su propia luz para subsistir.
No me gustaba la ruta que había tomado. Tendría que haber buscado una forma de vadear el río o haber continuado avanzando por su luminosa rivera.
Todo era tenebroso, oscuro, enigmático. Estaba en una ensoñación, pues un velo nebuloso cegaba aun más mi visión. Deje que el Krook condujera mis pasos, pues son reptiles con una mirada penetrante y un olfato extraordinario.
Tanteando las paredes de la grieta, puede notar como una oquedad perforaba la continuidad de la pared. No se si por buscar un refugio, o por salir de este espanto, pero sin pensarlo dos veces me introduje en el.
fin de la transmisión diaria.