Las manos de nuestro amigo estaban destrozadas, una repleta de ampoyas, la otra despellejada. Le dolía tanto la espalda que pensaba que las vértebras se les habían desgastado. Pero muy penosamente continuaba remando, tirando con fuerza esperando así, llegar pronto al otro brazo de la galaxia.
De pronto algo golpeó el casco del bote como si se hubiese metido en una zona de escollos o un arrecife marino. Pero eso sería imposible, estaba en el espacio, en un vacío absoluto, no podía haber nada allí.
El botecillo volvió a ser golpeado, y Rásselas miró rápidamente hacia la popa para ver que podría ser. Pero sin embargo, allí no apareció nada. Por eso nuestro amigo se iba sorprendiendo cada vez más.
Al mirar hacia la proa afinó todo lo que pudo la vista y el binocular electrónico, pero no miró a la quilla, miró a lontananza, lo más alejado que pudo.
Era como una enorme ola, como un tsunami espacial, como una locomotora enfurecida y diabólica se aproximaba el frente de onda de una tormenta cuántica. A penas le dio tiempo a sujetarse al bote, cuando fue brutalmente golpeado. Barrido como la hojarasca por el viento.
La tormenta era tan fuerte, tan violenta que destrozaría a la Nave de los Sueños y mataría a nuestro amigo, pero la ballena comedora de nebulosas abrió su tremenda boca y se tragó al capitán de los sueños con su barco.
Rásselas quedó inconsciente en el interior de la boca del cetáceo mientras este, con la experiencia que le dieron los años, y la intuición innata al nacer, buscaba las corrientes menos energéticas para poder cruzar al otro lado del huracán metafísico.
Realmente, estos seres son formidables. Pueden llegar a medir varios kilómetros de largo y pesar miles de millones de toneladas. Su labor es mantener una constante universal de la materia de la creación, se alimentan de hidrógeno. Limpian el universo de estas nubes para dejar espacio entre los astros. Pero permiten que algunas nebulosas maduren hasta nacer las nuevas estrellas. Es un equilibrio.
fin de la transmisión diaria.